Análisis: Irán y la cuestión del cambio de régimen – Segunda parte

 






       Un aspecto significativo que requiere reflexión cuando se plantea la cuestión del cambio de régimen en Irán es la posición geopolítica de este país y la relación con sus recursos naturales y humanos. Irán está situado en la confluencia de Medio Oriente, Asia Meridional, Asia Central, la región del Golfo y el Cáucaso lo que ha determinado que esta unidad política –una de las pocas civilizaciones de larga continuidad en el mundo- haya sido históricamente relevante y sus decisiones políticas y militares determinantes en la configuración del orden regional, algo que es todavía una realidad. Por otro lado, no se debe desestimar el peso político y económico de Irán como uno de los grandes exportadores de petróleo en el mundo y el país de mayor densidad poblacional de Medio Oriente.

En 1989 Khamenei recibió un país devastado y aislado internacionalmente por la guerra con Irak, económica y socialmente fracturado, Irán necesitaba reformas para poder competir con vecinos de la región que habían invertido significativamente en modernizar sus economías e integrarse al mercado internacional, a la vez de educar a sus poblaciones y atraer capitales extranjeros a sus países, como fue el caso de Emiratos Árabes y Arabia Saudita. La violencia irracional de los primeros años de la teocracia dio lugar a un sistema que, con Khamenei a la cabeza, aceptó la presencia de líderes políticos de corte reformista como los presidentes Akbar Rafsanjani (1989-1997), Mohammad Khatami (1997-2005) y Hassan Rouhani (2013-2021). Estos tres presidentes fueron responsables de introducir medidas tendientes a la recuperación económica de Irán, la apertura y afianzamiento de negociaciones diplomáticas con Occidente, y el balance entre las expectativas del régimen hacia la población y viceversa, en una suerte de normalización de la relación de la sociedad con la esfera política-religiosa, que se tradujo en la relajación de algunas de las prohibiciones iniciales, tales como por ejemplo la estricta separación de los sexos en espacios públicos. Otro ejemplo de la postura de dialogo y apertura hacia el resto del mundo por parte de Irán fue la elaboración teórica de Khatami tendiente a reemplazar la teoría del choque de civilizaciones de Samuel Huntington (1993) por el dialogo entre civilizaciones, doctrina que fue aprobada por las Naciones Unidas. Esta apertura no fue absoluta y aun el régimen fluctúa hacia posiciones más conservadoras de tanto en tanto, como lo ha demostrado la elección de Mahmoud Ahmadinejad (2005-2013) e Ebrahim Raisi (2021-2024), este último prominente miembro de los Principalistas (o la derecha iraní que se opone al grupo de los reformistas). Esta aparente contradicción del régimen también existe en la Constitucion nacional, la que combina la doctrina religiosa de wilayat-al-faqih con aspectos inspirados en principios políticos y filosóficos occidentales. En términos prácticos esto se traduce en un sistema que oscila entre una democracia limitada y una teocracia: por un lado está entronada la figura del Líder Supremo quien comparte la gobernanza con organismos, secretarias, oficinas en diversas áreas cuyas autoridades son elegidas democráticamente, haciendo del sistema político iraní un complejo entramado institucional en el que el cambio ocurre de manera muy lenta.   

Dada la simbiosis entre el poder social y religioso y la compleja estructura del sistema político iraní, la pregunta más importante es si es realmente posible cambiar de régimen en esta sociedad en el corto plazo. Más aún si es viable que un ataque militar, como el lanzado por Israel en junio, pueda ser el desencadenante de protestas y acciones populares conducentes a un cambio de régimen al estilo de la revolución islámica de 1979, tal como las declaraciones de Netanyahu parecen sugerir. Este tipo de declaraciones por parte de políticos y analistas occidentales e israelíes pone de manifiesto como aún no se comprende del todo la naturaleza del impacto emocional e identitario que la devastadora campaña militar israelí en Gaza ha tenido en el mundo musulmán. Es poco probable que activistas iraníes se aliñen alrededor de la propuesta de Netanyahu dado que existe entre ellos un abismo de valores y concepciones políticas. Es verdad que el régimen atraviesa uno de sus momentos más vulnerables en cuanto a la relación con la sociedad y que una gran parte de la población iraní de 90 millones está en contra de la baja performance de la economía, la falta de libertades individuales y la situación de los derechos de la mujer y las minorías pero no hay datos concretos que lleven a afirmar que masivamente decidan tomar las calles en contra del clero durante un ataque a la soberanía nacional.

    Concluyendo, la narrativa de Tel Aviv y Washington tendiente a agregar legitimidad a los bombardeos a la estructura nuclear iraní, proponiendo que los ataques con misiles, a su vez, también podrían ser el inicio de una revuelta contra el régimen teocrático no ha tenido el efecto deseado en la población iraní. Lo anterior indicaría hasta qué punto estos dos países no interpretan correctamente las características de la sociedad iraní y los sentimientos con respecto a los bombardeos, sobre todo en Teherán en donde ha habido varias víctimas civiles, incluidos niños. La mayoría de los iraníes, y entre ellos los activistas políticos, no ven a Israel como la solución de sus problemas domésticos y prefieren canalizar el descontento contra el clero a través de las vías democráticas. Al interior de la sociedad iraní existe el consenso de que Irán y la región no pueden ser remodelados a través del uso de la fuerza, sobre todo cuando esa fuerza proviene de Israel.

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