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Análisis: Irán y la cuestión del cambio de régimen – Primera Parte

 

   

    


    Durante las semanas en que tuvo lugar el enfrentamiento bélico entre Irán e Israel el pasado mes de junio, uno de los aspectos de la sociedad iraní contemporánea más discutido ha sido la necesidad de cambiar el régimen político de este país: la teocracia islámica. Esta briosa declaración, firmemente sostenida por los Estados Unidos e Israel, requiere reflexión pues en Irán el régimen político está intrínsecamente ligado a la religión de la mayoría de los ciudadanos y también ha penetrado diversas facetas de su cultura.

    El chiismo (chiita significa partidario, en este caso hace referencia a los seguidores de Ali) es una rama del islam que traza su herencia hasta Ali (muerto en 661 EC), primo y yerno del Profeta Mohamed. Los descendientes de Ali constituyen una cadena de líderes carismáticos (imames) que son venerados por los creyentes como los representantes de Dios en la tierra. Esta particular forma de entender la sucesión del Profeta Mohamed es una de las principales diferencias entre chiitas y sunníes, dado que estos últimos sostienen que los descendientes del Profeta son califas. Se considera a los imames chiitas como infalibles en su criterio y moralmente puros. En la versión mayoritaria del chiismo iraní, el duodécimo, el último imán se ha ocultado, pero mientras tanto es reemplazado por los mujtahids, juristas eruditos que tienen la capacidad de interpretar eventos sociales, políticos y religiosos hasta el regreso del Mahdi (o imán oculto).

    Es significativo remarcar que la teocracia (en griego théos significa dios y kratos poder/gobierno) como forma de gobierno es uno de los sistemas más antiguos y complejos en el que no hay separación entre Estado y religión, sino que ambas esferas se funden en una misma estructura política. En Irán, los líderes encargados de tomar decisiones que contribuyen a la organización de la sociedad, el funcionamiento de la economía, de las relaciones internacionales, aspectos militares y de defensa, son miembros del clero. La legitimidad de estos líderes se funda en el hecho de ser capaces de interpretar la ley y producir juicios clarificándola los que eventualmente influyen en el desarrollo de la sociedad.

    Más específicamente, el sistema político iraní está organizado con base en el postulado de wilayat-al-faqih (un término en idioma árabe que se traduce como “tutela del jurista”) y que fue reelaborado por el ayatolá Ruhollah Khomeini (1900-1989) en los años 1970 durante su exilio en Irak. El término faqih trae aparejada la idea de un jurista justo y por ello capaz de dirigir el destino de la comunidad, dado que además de la capacidad de liderazgo este debe ser un experto en jurisprudencia islámica. La interpretación de Khomeini, específicamente, sostenía que la forma de gobernar musulmana requería de wilayat-al-faqih, lo que había sido postulado anteriormente por otros juristas, pero solo para aspectos muy específicos del gobierno. El cambio radical propuesto por Khomeini era que, a partir de ese momento, el faqih debía involucrarse completamente en política y no solamente en asuntos específicos como hasta entonces. Según Khomeini, la monarquía –la forma de gobierno de Irán hasta antes de la Revolución- hundía sus raíces en la infidelidad (kufr) y era la obligación de todo musulmán de destruirla. En otras palabras, dicha doctrina concentró el poder político y religioso en el clero chiita de forma absoluta. Esta interpretación de la “tutela del jurista” es la que dio forma a la Constitución nacional de Irán desde la Revolución Islámica de 1979 y que, a su vez, demanda que el jurista guardián (valiye faqih) sirva como Líder Supremo –Jefe de Estado- del país, posición que ha estado a cargo del ayatolá Ali Khamenei desde 1989 y quien concentra en su persona un poder casi absoluto sobre la vida política y religión de Irán.

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