De
acuerdo con la teoría realista clásica de las relaciones internacionales un
sistema es anárquico cuando no existe un poder o poderes capaces de ejercer
autoridad suprema sobre los demás actores integrantes de esa comunidad. Hipotéticamente,
un momento sistémico anárquico está caracterizado por la falta -o el no reconocimiento-
de reglas claras de comportamiento y, por otro lado, la ausencia de un actor o conjunto
de actores hegemónicos que hagan cumplir esas reglas. Hasta el presente, la anarquía,
como el caos, no ha sido un estado permanente sino que fue un período de transición
entre una configuración de poder y otra. Esta transición sistémica se
caracteriza por elevados niveles de inestabilidad política, económica y
militar. Más aun, lo que complica el ejercicio de la diplomacia en estos
momentos de transición es la disparidad de percepciones y modos de actuar en el
sistema internacional, dado que algunos actores todavía proceden inercialmente
siguiendo las reglas del antiguo sistema que ya no son funcionales en diversas áreas
(p.e. seguridad, mecanismos de resolución de conflictos, sanciones de las
normas del derecho internacional), y, a la vez, hay otros actores que han
comenzado a comportarse siguiendo normas que aún no han sido
institucionalizadas pero que son, cada vez más, aceptadas o toleradas por varios
miembros de la comunidad internacional. El sistema internacional, como todo
sistema social, tiende al orden por lo que son sus propias dinámicas las que
determinan quien o quienes serán los líderes o hegemones en cada época.
El
escenario anteriormente descripto parece representar al momento internacional
actual, en el cual el derecho internacional -tal como se codificó luego de la
Segunda Guerra Mundial- y sus reglas no son respetados por muchos de los
actores con aspiraciones a hegemones. En cada región geográfica se puede
apreciar, uno o varios países compitiendo por preeminencia política, económica
y militar. En Eurasia, la guerra entre Rusia y Ucrania ha puesto en evidencia
como las aspiraciones de control y dominio rusas comenzaron a extenderse más allá
de su espacio de influencia coalicionado con los intereses estratégicos de la Unión
Europea. Esta guerra de agresión, la primera de su tipo en el sistema
internacional en ciernes o pos-11/S, ha manifestado por un lado la incapacidad diplomática
y la falta de poder militar europeo, así como un alto grado de tolerancia de
parte de la comunidad internacional por conductas que transgreden las normas
del derecho internacional y sus instituciones.
En
Medio Oriente, Israel ha demostrado, sin lugar a dudas, su afán de convertirse
en el árbitro de la política internacional regional, imponiendo sus propias doctrinas
de seguridad y definiendo quienes son los enemigos del nuevo orden. Las
ofensivas militares en Gaza, el sur del Líbano, Siria e Irán son las
manifestaciones de ese pensamiento político-estratégico. A diferencia del caso
ruso, Medio Oriente es testigo de la emergencia de un sistema de contra balance
organizado a partir de lo que Vali Nasr[1]
define como el ‘eje árabe’ liderado por Arabia Saudita y que reúne a otros
Estados del golfo tales como Emiratos Árabes, Omán y Qatar. A más de 20 meses
del comienzo de la ofensiva israelí en Gaza, el campo diplomático regional se
ha reconfigurado, dejando a Israel cada vez más aislado con su estrategia de
terminar por la fuerza con el programa nuclear iraní, y facilitando la
emergencia de una retórica que propicia la creación de un espacio diplomático sustancial
que une las posturas moderadas de los Estados árabes del golfo con la estrategia
acuerdista de Trump. En la visión de estos Estados, un acuerdo nuclear con Irán
es fundamental para alcanzar un nuevo balance de poder en Medio Oriente.
En
Asia Meridional, India ha tratado de seguir el modelo israelí de hegemonía regional,
aunque sus aspiraciones se han visto reducidas por el cada vez más
significativo rol político, económico y militar de China en la región. Las
relaciones económicas y comerciales entre estos dos gigantes son de tal escala
que parecen no ser afectadas mayormente por los vaivenes políticos y militares.
Aunque se debe destacar que desde principios de la década de 2010, las
relaciones entre estos dos países se vieron afectadas por las disputas
fronterizas y los subsiguientes choques y fuego cruzado alcanzado mayor
intensidad en 2020. La crisis de mayo de 2025 entre India y Pakistán puso de
evidencia la fortaleza de las alianzas militares tejidas por China en la región,
así como también la superioridad de la tecnología militar e informática de este
pais.
Desde
una perspectiva histórica abreviada, al fin de la gran retorica política que se
denominó “guerra fría” y que le dio forma al sistema internacional durante casi
50 años, le siguió un orden marcado por los eventos del 11 de septiembre de 2001
y la subsecuente guerra contra el terrorismo. Este orden pos-2001 se articuló
con base en premisas de división religiosa y cultural, mayormente sostenidas
por la tesis de Samuel Huntington de choque de civilizaciones y, en parte, por el
sentimiento de triunfalismo de la visión de Francis Fukuyama sobre el fin de la
historia. Visiblemente, el fin de la historia en este caso se refería, en términos
hegelianos, al final de las luchas ideológicas que caracterizaron la evolución de
la humanidad. En otras palabras, Fukuyama proponía que el colapso del sistema
socialista demostraba que solo quedaba espacio para la triunfante ideología democrático-capitalista.
En esos momentos, los Estados Unidos ocupaban un lugar central en la política
global, ya que este país era el único actor con capacidad hegemónica de ejercer
su influencia de manera extraordinaria y sin rivales. Este momento unipolar comenzó
a debilitarse con la recuperación socio-económica de Rusia y el nuevo giro político
de China y sus reformas pro-economía de mercado. Las décadas que siguieron
vieron emerger una nueva cartografía de poder político y económico, que comenzó
a darle un tono multipolar al sistema internacional. Un sistema multipolar es
aquel en el que cada región geográfica tiene a su hegemón o hegemones. Es un sistema con mayor
estabilidad en el que las grandes potencias interactúan con las potencias
medianas o incluso con actores menos influyentes. Asimismo, un sistema
multipolar genera redes diplomáticas y de negociaciones temáticas que van más allá
de una región específica, integrando al globo en una red de intereses diversos.
En
estos momentos de inestabilidad sistémica, una de las grandes preguntas que los
expertos en política internacional deben responder es, si el presente período
es uno de transición hacia un orden multipolar, como la historia demuestra, o
si el actual estado de desorden ha llegado para quedarse siendo el presagio de
una nueva forma de organización internacional.
[1] Nasr, V. “The New
Balance of Power in the Middle East. America, Iran and the Emerging Arab Axis”
en Foreign Affairs, 10 de Junio,
2025.
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